Saturday, May 14, 2005

Las hormigas

Cuando oyó como le salían las hormigas por la boca, quiso escupir. Pero tenía la cara dormida. No podía gritar. Sólo permanecía lleno de desesperación. No las veía, pero se las imaginaba negras, pequeñas y asquerosas. Evitaba juntar las mandíbulas para no machacar ninguna, y no tener que sentir, de esta forma, sus jugos mezclándose con su saliva y recorriéndole la lengua.
Alguien llegó y le chupó las orejas, olía mal. Tenía mucho pelo. Era su perro, que ahora le recorría con la nariz la piel de la cara, haciéndole cosquillas con los pelitos. Era un perrito muy cariñoso. Pero en esos momentos quería conducirle mentalmente hacia la zona de su cuello por donde habían empezado a dispersarse las hormigas.Una vez el perro se cansó, se volvió a quedar solo con su angustia. Le hubiese gustado poder ver lo que estaba pasando con exactitud. Cerró los ojos e intentó pensar en imágenes agradables. Ahora estaba en una playa. Tumbado. Bajo la sombra de una palmera. A veces pasaba alguna chica corriendo, en cámara lenta, entonces disfrutaba. Se olvidó de las hormigas. Se durmió en la playa y soñó con un planeta desierto y pequeño. Tenía agua, que salía de una fuente y formaba un estanque limpio y pequeño. Tenía fresas, tenía mandarinas, almendras, nueces, melocotones, y demás manjares naturales. Siempre podía ver la luna, nunca hacía calor ni frío. Se oía un hilo musical. Se volvió a dormir y se encontró en un metro desierto. El tren recorría a toda velocidad las paradas y nunca se abrían las puertas ni disminuía la velocidad. Todo estaba muerto y sólo había velocidad y el mismo hilo musical de antes. Una tonadilla suave que no despertaba ningún interés. Pronto se cansó de mirar por la ventana, le parecía que se le iba a producir un cortocircuito en el cerebro. Vomitó varias veces. Al ver su vomitado se asustó, no era líquido, ni su color era parecido al de ningún alimento. Eran hormigas. Vomitaba hormigas. Entonces el tren se paró y empezaron a entrar hormigas por todas las puertas de su vagón. Entraron tantas de golpe que no le dio tiempo ni de salir. Le rodeaban sin verlo. Pronto se dejó de escuchar la música, y la luz empezó a atenuar. Se le llenó el cuerpo de cosquilleos. Ya no sabía si dejar de vomitar para que no le entrasen más hormigas por la boca de las que ya debía tener dentro. Hubo un momento en el que ya no pudo mantener abiertos lo ojos. Después de momentos de incertidumbre, de inconsciencia, que se hicieron eternos, los volvió a abrir. Estaba en el campo. Todo parecía enorme, su visión se había transformado. Era una hormiga.

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