Sunday, December 18, 2005

Un tío desconocido

El tío es desconocido y camina por las calles de una ciudad maloliente. La señora se asoma a la ventana para sacudir las alfombras. El niño está sentado en la acera con la maleta de la escuela esperando a que su madre lo pase a recoger.
Cuando se apagan las luces hace rato que ya es de día y por la mañana la ciudad retoma su cauce.
El gato deja de maullar como un loco.
Llega a un bar y pide un café solo con dos cucharadas de azúcar. Se apoya en la barra sentado en una silla alta y mira a la camarera. Hoy ella se ha levantado con un estado de ánimo aceptable, no como ayer. Está sirviendo a los mismos de siempre pero hoy suena en la radio la música que le gusta, por eso cada vez que da el cambio sonríe con naturalidad. Él bebe el café poco a poco porque siempre se quema, aun así no espera a que se enfríe. Sus manos están calientes no como cuando va por la calle con guantes y los dedos se le hielan.
El bar está lleno de gente, pero cada uno ocupa su lugar. Algunos están dormidos y otros hablan y se ríen entre ellos. Todos van a ir a trabajar pero no sólo piensan en eso ahora.
Hay árboles en la acera, ya no tienen hojas. Corre una suave brisa. Chuta los papeles que se encuentra en el suelo y se levantan, danzan con el aire y vuelven a caer. Se tropieza con otros peatones.
Los coches no pitan. El cielo está gris.
Hay niños de uniforme que corren al oír la campana.
Siempre hay gente triste alrededor. Viejos sentados en el parque que miran el agua del estanque. Niñeras solteras que cuidan a los bebes de otras madres. Niños que lloran porque tienen miedo al abandono y a la soledad.
El parque verde.
La puerta del banco no está abierta aún. Mira por el cristal y comprueba que ya hay gente en movimiento adentro. Papeles y miradas aburridas. Ojos entrecerrados de vidas nocturnas. Se forma una cola detrás de él. Van con retraso y la gente empieza a comentar y a rumorear.
Abren la puerta. Siempre empujan.
Papeles, cristales y bolígrafos. Sale con un impreso, pero no sabemos que es.
La mujer que se acerca por la misma acera lleva una falda estupenda y su chaqueta de cuero la hace parecer poderosa. Eleva el cuello con dignidad y ni siquiera le digna una mirada de reojo.
Sigue corriendo el aire y le sopla el pelo y el abrigo.
Conoce a ese señor que acaba de bajar de un coche, lleva un gorro y una maleta. No quiere saludarlo.
Llama al timbre, le abren sin preguntar. Se adentra en un edificio viejo pero distinguido. Le sobra la ropa cuando le recibe su madre con un abrazo. Es digno del amor de su madre. Señora que no se aleja de ningún canon.
No sale. No sale. No sale.
Me cansé de esperar a que saliese y me fui.

Monday, November 28, 2005

Entreacto

Caminaba por la calle despreocupadamente. Como si no fuera a ningún sitio. Había salido pronto porque sabía que no le sentaban bien los nervios que produce la prisa. Caminada lentamente y se entretenía mirando las caras de la gente con que se cruzaba. Miraba el suelo e intentaba no pisar las rayas. Miraba el cielo y determinaba que el placer estético que le producía nunca sería comparable al que podía producir la tierra. Miró al suelo otra vez y vio un sobre. Se paró, y como aquel día no tenía prisa y su estado de ánimo era casi inmejorable, no se preocupó por la opinión que de su acción podrían tener los peatones que por allí pasaban. Se agachó y cogió el sobre. Tenía la marca de muchas huellas, estaba suficientemente sucio como para devolverlo al suelo, pero la curiosidad no le permitió dejar escapar esa pequeña novedad ante la cual se abrían tantas posibilidades; no sería ella la que las dejara escapar. Así pues, lo abrió mientras seguía caminando. Sacó la hoja, era una declaración de la renta. Números, nombres, letras, rayas... Resultaba increíble, alguien se iba a quedar sin su devolución pertinente. En su mano estaba el buen fin de ese difícil trámite, sus ojos se volvieron hacia el cielo, ahora no para contemplar la belleza estética sino porque así sus pensamientos fluían con más libertad, se elevaban, y se elevaba también su ego imaginándose todo lo que podía conseguir un alma caritativa y poderosa como la suya. Cerró los ojos, los abrió y se dirigió al buzón más cercano. Mientras tiraba la carta la manga de su camisa se desplazó dejando entrever el reloj, eran las 7, volvía a llegar tarde.

Tuesday, September 27, 2005

Los subsuelos del inconsciente

Era una chica. Se movía por los estrechos pasadizos del alcantarillado. Su piel era casi transparente y escamosa. Su aliento putrefacto y húmedo como la corriente de aire que recorría aquel subsuelo. En las manos ya no había ningún rastro de suavidad.
Las ratas huían de ella porque temían su mirada brillante, sus ojos resplandecían en la oscuridad. El hilo de agua continua que cubría el suelo mantenía mojados sus pies descalzos todo el día.
Tenía una pequeña guarida. Como si de un armario empotrado se tratase, pero sin puertas. Se reconocía desde lejos por la maraña de cartones que lo cubrían y resguardaban. Estos y un cazo lleno de gusanos eran el único mobiliario que poseía.
Los gusanos eran su alimento diario. Los encontraba en las zonas más lúgubres y acostumbraba a mantenerlos en agua de lluvia pensando que así los desinfectaba. Había probado otros animalejos de aquella fauna subterránea pero ninguno le había satisfecho tanto como los gusanos.
Así debía ser el mundo de aquella chica que encontraron ahogada en la playa un 4 de Septiembre, después de las fuertes lluvias que azotaron a toda la ciudad.
Corrió por los periódicos y telenoticias el misterio de aquel encuentro. El mundo se quedó consternado ante tal suceso, no podían explicarse que por debajo de la sociedad cerrada que tenían montada pudieran existir seres completamente al margen, autosuficientes.Tanto los que mandaban como la gente de a pié se asustaron ante tal posible anarquía, unos por la perdida de poder y otros por el abismo de posibilidades que se les abrían con esa llamada a la libertad; a todos les interesó olvidar el suceso lo más pronto posible.

Thursday, September 22, 2005

El hombre sin alma

Se levantó una mañana de Agosto. Lo primero que hizo fue mirar su rostro en el espejo. Todo había cambiado, pero él físicamente seguía viéndose igual. Le resultaba totalmente incoherente. No podía soportar estar anclado a algo permanentemente, no podía deshacerse de su cuerpo.
Los intentos frustrados por modificar alguno de sus aspectos físicos ya se contaban en cientos. No se veía gordo, no se veía feo, no era calvo, no se buscaba arrugas.. Lo suyo no se trataba de disconformidad, no es que no le gustase su cuerpo, es más, eso no le preocupaba lo más mínimo. Lo que de verdad le atormentaba era que su cuerpo no evolucionase en concordancia con su experiencia vital, el del espejo no era él ahora, era él hace dos años, tres años, pero no ahora.
Quizás los métodos que empleó para modificarse no eran los más adecuados en su caso, podrían tacharse de vulgares, de mediocres, simples soluciones para un cualquiera. Pero su caso era diferente y estaba desesperado.
En los últimos años se había visto envuelto en ciertas circunstancias angustiosas, había sabido posicionarse de tal forma que ahora se sabía más fuerte y seguro. Además, había adquirido conocimientos sobre el mundo de los que ni siquiera era totalmente consciente y que le acompañarían hasta la muerte.
A pesar de todo esto, no tenía ni idea de cómo enfrentar a esta situación.
¿Cambiaría de espejo nuestro protagonista, se dedicaría a dibujar en él, podría, incluso, llegar a romperlo?

Saturday, July 02, 2005

Si siguiese con vida.

No querían aceptar su enfermedad, pero sabían que moriría rápido, y que no tenían tiempo. Si tosía la miraban. Si las lágrimas le recorrían la piel, giraban la vista y sabían que no evitarían que siguieran cayendo, pero así el dolor se edulcoraba.
Los edificios de la ciudad se veían elegantes y humildes desde la ventana. Corría el año sesenta y seis la primera vez que se vieron, fueron amigos, fueron amantes, y ahora que ya todo había pasado decidía reavivarlo todo, para convertir su muerte en un acto de inmortalidad que les cubriría para siempre de sombra. La sombra del amor nunca reconciliado con el dolor.
Si los paseantes supiesen que arriba ya nada tenía importancia, se pararían y mirarían hacia aquella ventana, intentando decir algo y sin poder, porque ya nada era más importante y todo resultaba efímero y banal.Cuando cogió el taxi lo olvidó todo. Los paseantes volvían a mirar al suelo y los edificios se levantaban vivos y fuertes, amenazantes; con el poder del que pisa sobre seguro y cree.

Sunday, June 12, 2005

Beben agua de mar.

Supo que no era la verdad y que todos la habían mentido. Que ya no quería saber nunca más nada de ellos. Su doble imaginario ya no le acompañaría porque tenía una configuración genética variable. Valdría más eximirlo de culpas y denegarle la existencia hasta el fin de los días.
Un trozo de plátano se le quedó atragantado en la garganta. Les dijo como pudo que no se volverían a ver, y que cambiaba de ciudad. Se iría lejos para comenzar solo, de nuevo, para saber que nadie podría entenderlo y que , por supuesto, ya no fantasearía con esa posibilidad. Comería, Dormiría. Gritaría. Y los destrozaría mentalmente con su evasión.
Acogió entre sus brazos al perrito que tenía en valor simbólico para él. Y decidió que su suerte dependería del cariño que este le ofreciese y le exigiese.
Como no podía ver el sol se encerró en su nuevo piso. Alejado de toda cara conocida, todo olor, toda tienda... Pasó horas sin hacer nada. Estuvo días coreando una triste melodía lejana que evocaba los felices días de la infancia. Consiguió moverse sin pelearse con el viento. Ese día le pareció perder ansiedad. Cogió la cadena de su perrito y lo sedujo para que saliera. Conversó con él y le dedicó sonrisas más allá del dolor. Hubo paz aquel día.
Conoció a una francesa cuya mirada no dejó de perseguirle claramente mucho tiempo. Reconoció el tacto de sus manos en el primer momento en que lo rozaron. Eran las manos de una señorita dedicada a la música. Y supo que tocaba el piano, y que sus dedos eran codiciados por miles de amantes de la música. Cuando se movían pulsando las teclas blancas y negras se sabían seguros y dueños de la situación; inspirada por los sentidos exaltados con cada nueva estación. Querían poseerlo y acariciaban su cuerpo. Él se abandonó a ellas porque le parecían hermosas y la sonrisa triste y distante de la señorita le resultaba conmovedora. No existió ninguna mentira entre ellos, también es cierto que no hubo una pasión incontrolable, aún así compartieron momentos intensos que más adelante le harían sonreír.
Cuando se quiso dar cuenta hacía tiempo que no sabía nada de ella. Así fue como, sin representar ningún altibajo importante en su vida, apareció y desapareció la señorita francesa.

Siguió solo en el piso, cuando llegó el invierno compró una manta. Era una manta roja y con más colores cálidos que le ofreció cobijo durante un tiempo. Mirarla lo hacía sentir feliz y cómodo. Parece que a su perrito le pasaba lo mismo, y los dos juntos se enroscaban en ella. Por la ventana miraban las calles grises y tristes, pero interesantes. A veces estaban muertas y otras los paseantes la llenaban de ruidos. Quiso bajar a pasear, y se dejaba llevar por un río de sensaciones cuando se encontraba allí. Había días en los que le entraba miedo, y se quedaba sentado y temblando sin hacer nada.
El perro aprendió a pasear solo, y así descubrió todos los rincones de la ciudad sin su amo.
Un día un olor exageradamente dulce atrajo al dueño hasta donde el perro estaba husmeando. Era una mujer voluptuosa y blanca. Sus carnes sobresalían por todos los lugares, pero de forma controlada. Era sorprendentemente sensual y ellos lo percibieron en seguida. El perro y el dueño la quisieron para ellos, y ya nunca más volverían a olvidarla. Su aroma les perseguiría hasta que el último copo de nieve dejase de caer y renacer.
Ambos supieron que querían algo más, y que sus corazones morirían sabiendo lo que era la materia gris revitalizada por descargas de energía incontrolables. Sus músculos caducos perderían por ella la fuerza como el invierno cede ante las falsas esperanzas de la primavera en las que todo el mundo cree. Conocieron un objetivo en común en ese momento. Y eso les uniría irrevocablemente.Por boca del panadero supo que la mujer vivía cerca de su casa y que volvería a verla. Esa noche soñaría con morir aplastado por una lluvia de mantas, de mantas de colores tristes, de invierno. Esta vez no podría huir.

Saturday, May 14, 2005

Las hormigas

Cuando oyó como le salían las hormigas por la boca, quiso escupir. Pero tenía la cara dormida. No podía gritar. Sólo permanecía lleno de desesperación. No las veía, pero se las imaginaba negras, pequeñas y asquerosas. Evitaba juntar las mandíbulas para no machacar ninguna, y no tener que sentir, de esta forma, sus jugos mezclándose con su saliva y recorriéndole la lengua.
Alguien llegó y le chupó las orejas, olía mal. Tenía mucho pelo. Era su perro, que ahora le recorría con la nariz la piel de la cara, haciéndole cosquillas con los pelitos. Era un perrito muy cariñoso. Pero en esos momentos quería conducirle mentalmente hacia la zona de su cuello por donde habían empezado a dispersarse las hormigas.Una vez el perro se cansó, se volvió a quedar solo con su angustia. Le hubiese gustado poder ver lo que estaba pasando con exactitud. Cerró los ojos e intentó pensar en imágenes agradables. Ahora estaba en una playa. Tumbado. Bajo la sombra de una palmera. A veces pasaba alguna chica corriendo, en cámara lenta, entonces disfrutaba. Se olvidó de las hormigas. Se durmió en la playa y soñó con un planeta desierto y pequeño. Tenía agua, que salía de una fuente y formaba un estanque limpio y pequeño. Tenía fresas, tenía mandarinas, almendras, nueces, melocotones, y demás manjares naturales. Siempre podía ver la luna, nunca hacía calor ni frío. Se oía un hilo musical. Se volvió a dormir y se encontró en un metro desierto. El tren recorría a toda velocidad las paradas y nunca se abrían las puertas ni disminuía la velocidad. Todo estaba muerto y sólo había velocidad y el mismo hilo musical de antes. Una tonadilla suave que no despertaba ningún interés. Pronto se cansó de mirar por la ventana, le parecía que se le iba a producir un cortocircuito en el cerebro. Vomitó varias veces. Al ver su vomitado se asustó, no era líquido, ni su color era parecido al de ningún alimento. Eran hormigas. Vomitaba hormigas. Entonces el tren se paró y empezaron a entrar hormigas por todas las puertas de su vagón. Entraron tantas de golpe que no le dio tiempo ni de salir. Le rodeaban sin verlo. Pronto se dejó de escuchar la música, y la luz empezó a atenuar. Se le llenó el cuerpo de cosquilleos. Ya no sabía si dejar de vomitar para que no le entrasen más hormigas por la boca de las que ya debía tener dentro. Hubo un momento en el que ya no pudo mantener abiertos lo ojos. Después de momentos de incertidumbre, de inconsciencia, que se hicieron eternos, los volvió a abrir. Estaba en el campo. Todo parecía enorme, su visión se había transformado. Era una hormiga.